Mi ex, tu ex, su ex.
Los católicos no tenemos exmaridos o exmujeres.
Creemos en la indisolubilidad de nuestro matrimonio. Y como dice esa viñeta que corre por ahí, lo que se rompe lo arreglamos, no lo tiramos a la primera de cambio.
Y si nuestro matrimonio no fue válido, no existió (que eso es la nulidad matrimonial), entonces nunca hemos tenido marido o mujer, por lo que no podemos tener "ex".
Esta verdad de perogrullo parece hoy un rasgo de fundamentalismo ultracatólico. Como si eso existiera: o se es católico, o no se es. Así de simple.
Que terminéis bien el verano.
REDES: es una asociación de mujeres católicas casadas separadas que se reúne mensualmente en Barcelona, y ofrece apoyo para vivir la fidelidad al compromiso matrimonial. Asimismo, trabajamos otros muchos aspectos de nuestra situación: educación de los hijos, misión familiar y social, trabajo y vida profesional, integración vida personal y profesional, etc. Contamos con la asistencia de un sacerdote. Para más información, contactar con cristinamorenoalconchel@gmail.com
Necesitamos redes para no caer al vacío
lunes, 18 de agosto de 2014
lunes, 28 de julio de 2014
El nido doblemente vacío.
El nido doblemente vacío.
Hoy, un recuerdo muy especial por todas aquellas madres, y padres, que -sin quererlo así- pasan su tiempo de descanso separados de sus hijos.
Una oración por todos ellos, por todos nosotros...
jueves, 22 de mayo de 2014
Mujeres separadas: autoestima
Mujeres separadas: autoestima
La autoestima es el valor que nos damos a nosotros mismos;
la forma en que nos percibimos y la manera en que nos sentimos respecto de
nuestras capacidades, habilidades y defectos. Es importante saber que las personas
tenemos distintas facetas de personalidad y que constantemente nos
autoevaluamos respecto a cada una de ellas.
Características que
puede tener una persona con baja autoestima:
- · Desprecia sus virtudes.
- · Demasiado autocrítica.
- · No toma en cuenta los halagos, pero sí las críticas.
- · Opta por las decisiones de los otros, aunque crea que su opinión es correcta.
- · Actúa a la defensiva.
- · Se siente despreciada con frecuencia.
- · Siente que tiene menos valor que los demás.
- · No está conforme con su cuerpo.
- · Desearía ser otra(s) persona(s).
- · Constantemente se manda mensajes internos negativos.
Lo que no debes olvidar de la autoestima:
|
Conócete a ti misma, identifica tus
cualidades y defectos. Analízalos y observa cómo puedes fortalecer las
primeras y mejorar los segundos, pero no
busques la perfección.
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Nunca anticipes resultados negativos,
ni creas que no eres lo suficientemente buena para algo.
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Cada vez que intentes algo, repite: “Puedo
hacerlo, aquellas cosas que sé hacer me ayudarán a sobresalir del
resto, y lo que aún no sé lo aprenderé.”
|
Soy un ser único, no soy perfecta y sé
que necesito aprender a identificar aquellas áreas en las que puedo mejorar.
|
No minimices los halagos ni
magnifiques las críticas.
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Recuerda que eres irrepetible, así que quiérete
mucho; si no lo haces, nadie lo hará
|
.
LA AUTOESTIMA DE LAS SEPARADAS
Existen muchos factores que influyen negativamente sobre
nuestra autoestima:
Aislamiento de las amistades,
debido a que afrontamos solas las responsabilidades de los hijos.
Variación de nuestros
planes de vida, muchas madres
separadas tienen que abandonar sus estudios e incluso buscar trabajo sin contar
con la preparación y experiencia para conseguir uno bueno.
Imposición de la
familia en sus propias decisiones, debido a que algunas mujeres separadas jóvenes se ven obligadas a depender de su
familia, se ven obligadas a acatar las
órdenes que les impongan.
Sentimiento de
culpabilidad por no haber logrado
mantener el matrimonio…
Cambio de actividades gratificantes por obligatorias, con responsabilidades que ocupan hasta su tiempo
libre.
Estigmatización:
sistemáticamente perciben rechazo en su relación con personas, instituciones,
etc.,aunque no necesariamente significa que sufran el rechazo, también ellas mismas
lo pueden sentir así, excluyéndose a sí
mismas.
¿Qué podemos hacer?
La madre separada debe asumir y desempeñar sus
responsabilidades siendo consciente de
sus limitaciones y evitar sobrecargarse.
La madre separada debe buscar
apoyo en personas que la quieran, pidiendo ayuda en ocasiones, delegando
responsabilidades de ser necesario.
Debe contar con un círculo
social de apoyo alternativo a su familia, los amigos pueden ser de gran
ayuda, conocer a otras madres separadas
y siempre tratando de conocer y compartir con personas, de esta forma se evita la soledad y comparte sus
problemas con otros.
Deben participar en programas
que ayuden a la mejora de su autoestima, habilidades sociales y poder
conseguir la independencia que tanto ansían.
Dedicar un momento para sí
misma que le dé ánimos, un momento en el cual pueda salir a divertirse,
hacer lo que quiera, leer un libro, ver televisión, etc., pero hacerlo
exclusivamente pensando en ella.
El arreglo personal
también es importante.
La autoestima del
cristiano (Míchel Esparza)
La autoestima tiene mala prensa en ambientes cristianos,
parece opuesta a la humildad. Pero, en realidad, autoestima y cristianismo se
complementan. ¿De qué modo?
El egocentrismo no se da sólo en personas vanidosas y
arrogantes, sino también en personas que se
infravaloran: también la falsa modestia y el autorrechazo son contrarios
a la humildad. Por tanto, para ser humilde, es preciso que uno se acepte a sí
mismo tal como es, más aún: es preciso que uno se ame a sí mismo aun
sabiendo que tiene defectos.
En
última instancia, los conflictos con uno mismo provienen de la dificultad de
aceptar la propia miseria, y nada le reconcilia a uno tanto consigo mismo
como el saberse amado.
|
Cristo nos ha revelado el amor incondicional de Dios por
cada ser humano.
Quien, a pesar de ser miserable, se sepa amorosamente mirado
de continuo por un Padre que le ama tal como es, gozará de una paz interior inamovible. Sus errores
personales no le quitarán esa paz porque sabe que a su Padre le encanta
perdonarle cada vez que le pida perdón.
Sabiéndose así amado, se amará a sí mismo y,
libre de problemas personales, se podrá dedicar de lleno a amar a los demás.
|
En efecto, la paz interior no
es el único fruto de la humilde autoestima de quien se sabe hijo de Dios. Una
buena relación con uno mismo tiene también una importancia decisiva de cara a
la calidad del amor a los demás.
Autoestima y
cristianismo no son solo complementarios:
Solo
la vida cristiana puede aportar soluciones estables a los problemas de
autoestima.
|
Quien se sabe hijo de Dios, se olvida fácilmente de sí mismo
y aumenta la calidad de su amor a los demás. En cambio, quien desconoce esa
dignidad, se ve impelido a cosechar éxitos que aumenten su autoestima y le
hagan merecedor de la estima ajena. Pero de ese modo nunca alcanza una buena
relación consigo mismo y con los demás, porque el yo
está envenenado por el amor propio y jamás se satisface del todo.
Quien desconozca el amor de Dios, ante sus propias miserias,
tendrá dos opciones:
·
O bien reconocerlas y deprimirse,
·
O bien autoengañarse, eventualmente con ayuda de
psicoterapia (hay quienes acuden a un psicoterapeuta para que les convenza de
que son personas fabulosas).
Pero así nunca se obtiene una paz duradera, porque la
inteligencia engañada siempre protesta. Es aquí donde el cristianismo
ofrece la mejor alternativa. El conocimiento de estas realidades sería la mejor
propaganda para la vida cristiana.
El amor a uno mismo vs el amor propio
¿Por qué se ha dejado
de lado en la vida cristiana esta actitud de amarse a uno mismo?
Esparza: Quizá por falta de matices. Hay cristianos a
quienes les resulta extraño que se hable de amor a uno mismo porque piensan que
se trata de algún tipo de egoísmo. Se sorprenderían si comprendiesen que es lo
contrario: que el amor a uno mismo y el amor propio son inversamente proporcionales.
No se trata sólo de amarnos a nosotros mismos a causa de
nuestras cualidades, sino sobre todo a causa de lo
mucho que Dios nos ama.
Si aceptamos el Amor que Dios nos brinda, recibimos la mayor
dignidad imaginable: la dignidad de hijos de Dios. Y aquí un cariñoso recuerdo
para Maruja, que se sintió princesa, hija de Rey!!! Ahora bien, ese recto amor a uno mismo resulta
ser el modo más eficaz de combatir el egoísmo del yo (=amor propio)
Es algo que ha calado en la mentalidad del pueblo cristiano
(piénsese en el refrán: «la caridad bien ordenada empieza por uno mismo»). Lo
que quizá no se ha puesto suficientemente de relieve es la relación existente
entre filiación divina y humildad, y entre esa sana autoestima y la calidad de
nuestros amores.
«La
humildad es la virtud que nos ayuda a conocer nuestra miseria y nuestra
grandeza»
|
(San
Josemaría Escrivá)
|
La humildad es la verdad, y
la verdad es que todos tenemos miserias y que somos inmensamente amados por
Dios.
El mejor antídoto para poder asumir nuestra miseria consiste
en descubrir nuestra grandeza de hijos de Dios. Puesto que nuestro yo está “hambriento” de estima, la mejor forma de que no
moleste consiste en proporcionarle una “comida” capaz
de satisfacerle plenamente.
En vez de pasarnos toda la vida buscando soluciones de
recambio que nunca satisfacen del todo, nos conviene acudir directamente a la fuente de nuestra mayor dignidad: la
maravillosa realidad de ser amados con locura por un Dios maternalmente
paternal.
Una escalera hacia la autoestima
Comienza con el autoconocimiento, saber cómo eres e identificar tus defectos y habilidades te ayudará a subir. Sigue con tu autoconcepto: ahora ya sabes cómo reaccionas y cómo te comportas. Cuando hayas actuado, autoevalúate, con sinceridad. La autoaceptación cuesta, pero es imprescindible para llegar al siguiente escalón, el autorrespeto. Y de ahí a la autoestima, verás que sólo hay un paso: quiérete a ti misma, perdónate, y sigue adelante!
AUTOESTIMA
AUTORRESPETO
AUTOACEPTACIÓN
AUTOEVALUACIÓN
AUTOCONCEPTO
AUTOCONOCIMIENTO
jueves, 8 de mayo de 2014
El tiempo en un hilo
Estos días se cumple el primer aniversario de la muerte de Maruja Moragas.
Con ese motivo se ha presentado el libro que ella escribió en sus últimos meses de vida, consciente de que se iba y esperanzada por poder hacer bien con su testimonio a los que nos quedábamos.
¿Por qué recomiendo este libro? En primer lugar, porque es muy entretenido! Pero sobre todo, porque es la vida de una mujer fuerte, luchadora, que no se dejó amilanar por lo que ella llama "la madre de todas las crisis", el abandono que sufren ella y sus tres hijos por parte del marido y padre.
En estas memorias, Maruja Moragas habla de los recursos que almacenó ella misma en su mochila, y los que otros fueron añadiendo a lo largo de las diferentes etapas. Esos recursos, llegado el momemto, le salvarían la vida. No la vida físicamente (que desgraciadamente se vio devastada por un cáncer que le dejó 8 meses de vida), sino la vida que ella quería dar a sus hijos, a sus familiares, a sus amigos, a sus colegas, a todos los que la conocimos y quisimos.
Si estás leyendo esta entrada porque a ti también te ocurrió algo similar, te aconsejo vivamente que leas sus memorias, testimonio de lucha y victoria sobre la adversidad.
martes, 18 de marzo de 2014
LA GRANDEZA DE SER FIEL
Parte de una entrevista a Monseñor Caffarra, cardenal de Bolonia,sobre los divorciados vueltos a casar:
Uno de los temas más citados por quien espera una apertura de la Iglesia a las personas que viven en situaciones consideradas irregulares es que la fe es una, pero que los modos de aplicarla a las circunstancias particulares deben conformarse a los tiempos, como siempre ha hecho la Iglesia. ¿Qué piensa usted de esto?-
¿Puede limitarse la Iglesia a ir hacia donde la llevan los procesos históricos, como si fueran derivas naturales? ¿En esto consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque, si fuera así, me pregunto cómo se puede salvar al hombre.
»Le cuento un episodio. Una esposa aún joven, abandonada por el marido, me dijo que vive en la castidad, pero que le cuesta un esfuerzo enorme. Porque, dice, “no soy una religiosa, soy una mujer normal”. Pero me dijo también que no podría vivir sin la Eucaristía. Por lo que, también el peso de la castidad se aligera, porque piensa en la Eucaristía.
»Otro caso. Una señora con cuatro hijos ha sido abandonada por el marido después de veinte años de matrimonio. La señora me dijo que en ese momentoentendió que tenía que amar al marido en la cruz, “como ha hecho Jesús conmigo”. ¿Por qué no se habla de estas maravillas de la gracia de Dios?
»¿Se han adaptado a los tiempos estas dos señoras? Claro que no se han adaptado a los tiempos. Le aseguro que me siento mal cuando tomo nota, en estas semanas de discusión, del silencio que ha calado sobre la grandeza de esposas y esposos que, abandonados, han permanecido fieles.
Parte de una entrevista a Monseñor Caffarra, cardenal de Bolonia,sobre los divorciados vueltos a casar:
Uno de los temas más citados por quien espera una apertura de la Iglesia a las personas que viven en situaciones consideradas irregulares es que la fe es una, pero que los modos de aplicarla a las circunstancias particulares deben conformarse a los tiempos, como siempre ha hecho la Iglesia. ¿Qué piensa usted de esto?-
¿Puede limitarse la Iglesia a ir hacia donde la llevan los procesos históricos, como si fueran derivas naturales? ¿En esto consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque, si fuera así, me pregunto cómo se puede salvar al hombre.
»Le cuento un episodio. Una esposa aún joven, abandonada por el marido, me dijo que vive en la castidad, pero que le cuesta un esfuerzo enorme. Porque, dice, “no soy una religiosa, soy una mujer normal”. Pero me dijo también que no podría vivir sin la Eucaristía. Por lo que, también el peso de la castidad se aligera, porque piensa en la Eucaristía.
»Otro caso. Una señora con cuatro hijos ha sido abandonada por el marido después de veinte años de matrimonio. La señora me dijo que en ese momentoentendió que tenía que amar al marido en la cruz, “como ha hecho Jesús conmigo”. ¿Por qué no se habla de estas maravillas de la gracia de Dios?
»¿Se han adaptado a los tiempos estas dos señoras? Claro que no se han adaptado a los tiempos. Le aseguro que me siento mal cuando tomo nota, en estas semanas de discusión, del silencio que ha calado sobre la grandeza de esposas y esposos que, abandonados, han permanecido fieles.
jueves, 13 de febrero de 2014
Retomamos hoy nuestras reflexiones mensuales. Este mes tocaba hablar del perdón. Y me ha parecido oportuno recordar lo que aprendí de una profesora y teóloga ya fallecida prematuramente, Jutta Burggraf. Pude oír esta charla sobre aprender a perdonar en el Club Llar de Barcelona, y recuerdo muy bien cuánto me impactó su paz. Espero que os resulte interesante y esperanzadora.
Aprender a perdonar
Jutta Burggraf
I.
¿Qué quiere decir «perdonar»?: 1.
Reaccionar ante un mal.- 2. Actuar con libertad.- 3. Recordar el pasado.- 4.
Renunciar a la venganza.- 5. Mirar al agresor en su dignidad personal.
II.
¿Qué actitudes nos disponen a
perdonar?: 1. Amor.- 2. Comprensión.- 3. Generosidad.- 4. Humildad.
III.
Reflexión final.
Todos hemos sufrido alguna vez
injusticias y humillaciones; algunos tienen que soportar diariamente torturas,
no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en el entorno
familiar. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran
amarnos. "El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia
que procede de nuestros familiares," dicen los árabes.
¿Cómo reaccionamos ante un mal
que alguien nos ha ocasionado con cierta intencionalidad? Normalmente,
desearíamos espontáneamente pegar a los que nos han pegado, o hablar mal de los
que han hablado mal de nosotros. Pero esta actuación es como un bumerán: nos
daña a nosotros mismos. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos,
rencores o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se
endurece para no sufrir más.
Sólo en el perdón brota nueva
vida. Por esto es tan importante educar en el "arte" de practicarlo.
I. ¿Qué quiere decir
"perdonar"?
¿Qué es el perdón? ¿Qué hago
cuando digo a una persona: "Te perdono"? Es evidente que reacciono
ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido
simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de
todo, lo mejor para el otro. Vamos a considerar estos diversos elementos con
más detenimiento.
1. Reaccionar ante un
mal
En primer lugar, ha de tratarse
realmente de un mal
para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está
peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar
en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha
hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse
en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él. Los
buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los
forman en la fortaleza. Una maestra me dijo en una ocasión: "No me importa
lo que mis alumnos piensan hoy
sobre mí. Lo importante es lo que piensen dentro de veinte años." El perdón sólo tiene
sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.
Por otro lado, perdonar no
consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o
disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus
colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a
cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso.
Parece que todo les diera lo mismo. "No importa" si los otros no les
dicen la verdad; "no importa" cuando los utilizan como meros objetos
para conseguir unos fines egoístas; "no importan" tampoco el fraude o
el adulterio. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa
ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones
normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra
los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo
negara, no tendría nada que perdonar(1).
Si uno se acostumbra a callarlo
todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará
finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él
mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón,
detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da
cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje
una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla. Entonces estamos
permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos);
y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje
alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. Pero no pueden huir del
sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo
tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas
perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una
persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que
rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o
temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal
vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia
del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para
conseguir la paz interior.
2. Actuar con libertad
El acto de perdonar es un
asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa
simplemente, según el conocido principio "ojo por ojo, diente por
diente"(2).
El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono,
pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su
curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado.
Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los
enfados y rencores. No estoy "re-accionando", de modo automático,
sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.
Superar las ofensas, es una
tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El
filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma(3).
El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se
encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones
y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.
Los resentimientos hacen que
las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y
devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En
consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se
encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún
lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la
tristeza, pueden llevar a depresiones. Un refrán chino dice: "El que busca
venganza debe cavar dos fosas."
En su libro Mi primera amiga blanca,
una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo
había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos,
"porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y
eliminado"(4).
La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio,
por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad.
Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le
mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los
blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su
propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo
como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio
interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.
Las heridas no curadas pueden
reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones
desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una
persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón
detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En
realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura;
está atormentada por malas experiencias.
Hace falta descubrir las llagas
para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser
un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en
ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al
dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a
vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se
reduce a nuestro estado psíquico(5).
Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado
este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su
amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. "Las heridas se
cambian en perlas," dice Santa Hildegarda de Bingen.
3. Recordar el pasado
Es una ley natural que el
tiempo "cura" algunas llagas. No las cierra de verdad, pero las hace
olvidar. Algunos hablan de la "caducidad de nuestras emociones"(6).
Llegará un momento en que una persona no pueda llorar más, ni sentirse ya
herida. Esto no es una señal de que haya perdonado a su agresor, sino que tiene
ciertas "ganas de vivir". Un determinado estado psíquico -por intenso
que sea- de ordinario no puede convertirse en permanente. A este estado sigue
un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos
quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, perpetuando en nosotros el daño
sufrido. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza.
La memoria puede ser un cultivo
de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es
importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de
perdonar. Ésta no consiste simplemente en "borrón y cuenta nueva".
Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces
pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo
posible, reparado.
Hace falta "purificar la
memoria". Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo
en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he
vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo
como perdonadas.
4. Renunciar a la
venganza
Como el perdón expresa nuestra
libertad, también es posible negar al otro este don. El judío Simon Wiesenthal
cuenta en uno de sus libros de sus experiencias en los campos de concentración
durante la Segunda Guerra Mundial. Un día, una enfermera se acercó a él y le
pidió seguirle. Le llevó a una habitación donde se encontraba un joven oficial
de la SS que estaba muriéndose. Este oficial contó su vida al preso judío:
habló de su familia, de su formación, y cómo llegó a ser un colaborador de
Hitler. Le pesaba sobre todo un crimen en el que había participado: en una
ocasión, los soldados a su mando habían encerrado a 300 judíos en una casa, y
habían quemado la casa; todos murieron. "Sé que es horrible -dijo el
oficial-. Durante las largas noches, en las que estoy esperando mi muerte,
siento la gran urgencia de hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de
todo corazón." Wiesenthal concluye su relato diciendo: "De pronto
comprendí, y sin decir ni una sola palabra, salí de la habitación"(7).
Otro judío añade: "No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni
estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno"(8).
Perdonar significa renunciar a
la venganza y al odio. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca
heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo
contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no
dejan que ellas les molesten. "Aunque nos maten, no pueden hacernos ningún
daño," es uno de sus lemas(9).
Han logrado un férreo dominio de sí mismos, parecen de una ironía insensible.
Se sienten superiores a los demás hombres y mantienen interiormente una
distancia tan grande hacia ellos que nadie puede tocar su corazón. Como nada
les afecta, no reprochan nada a sus opresores. ¿Qué le importa a la luna que un
perro le ladre? Es la actitud de los estoicos y quizá también de algunos
"gurus" asiáticos que viven solitarios en su
"magnanimidad". No se dignan mirar siquiera a quienes "absuelven"
sin ningún esfuerzo. No perciben la existencia del "pulgón".
El problema consiste en que, en
este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por
tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y
vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a
lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros.
Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón.
Falta la ofensa, y falta el ofendido.
5. Mirar al agresor en
su dignidad personal
El perdón comienza cuando,
gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla
de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y
desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.
El secreto consiste en no
identificar al agresor con su obra(10).
Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert
Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes
cometidos en Francia: "Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres…
Nos esforzamos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los
demás"(11).
Cada persona está por encima de sus peores errores.
Hace pensar una anécdota que se
cuenta de un general del siglo XIX. Cuando éste se encontraba en su lecho de
muerte, un sacerdote le preguntó si perdonaba a sus enemigos. "No es
posible -respondió el general-. Les he mandado ejecutar a todos"(12).
El perdón del que hablamos aquí
no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior.
Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna
persona. Se puede considerar también a un difunto en su dignidad personal.
Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz.
Al perdonar, decimos a alguien:
"No, tú no eres así. ¡Sé quien eres! En realidad eres mucho mejor."
Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha
profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran
sinceridad.
II. ¿Qué actitudes nos
disponen a perdonar?
Después de aclarar, en grandes
líneas, en qué consiste el perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos
disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los
demás.
1. Amor
Perdonar es amar intensamente.
El verbo latín per-donare
lo expresa con mucha claridad: el prefijo per
intensifica el verbo que acompaña, donare.
Es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen
ha dicho que el amor se
prueba en la fidelidad, y se completa
en el perdón.
Sin embargo, cuando alguien nos
ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer
paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente.
Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta
retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su
rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de
todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.
Una persona sólo puede vivir y
desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la
quiere verdaderamente, y le dice: "Es bueno que existas"(13).
Hace falta no sólo "estar aquí", en la tierra, sino que hace falta la
confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible
adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en
amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra
de la creación(14).
Amar a una persona quiere decir
hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada
es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: "Te
necesito para ser yo mismo."
Si no perdono al otro, de
alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se
aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización. En
otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a
una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente,
negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo.
Kierkegaard habla de la "desesperación de aquel que, desesperadamente,
quiere ser él mismo", y no llega a serlo, porque los otros lo impiden(15).
Cuando, en cambio, concedemos
el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una
nueva libertad y con una felicidad más honda.
2. Comprensión
Es preciso comprender que cada
uno necesita más amor que "merece"; cada uno es más vulnerable de lo
que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la
firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser
humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de
transformación y de evolución de los demás.
Si una persona no perdona,
puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de
ellos. Pero "tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle,"
advierte el filósofo Robert Spaemann(16).
Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos
conscientes de las consecuencias de nuestros actos: "no sabemos lo que
hacemos"(17).
Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo,
no piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio, cada minuto del
día, y me pongo a "analizar" lo que ha dicho cuando estaba rabiosa,
puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de
una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más
encantador.
Tenemos que creer en las
capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede
transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata
según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben
animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho
bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan
según lo que dice la sabiduría popular: "Si quieres que el otro sea bueno,
trátale como si ya lo fuese."
3. Generosidad
Perdonar exige un corazón
misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay
situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha
robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien
pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la
justicia. Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es
donde tiene espacio el perdón.
El perdón no anula el derecho,
pero lo excede infinitamente. Es por naturaleza incondicional, ya que es un don
gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona
no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes,
mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha
perdonado.
El arrepentimiento del otro no
es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es,
ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces
hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden
admitir su culpabilidad.
Hay un modo "impuro"
de perdonar(18),
cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: "Te perdono para que te des cuenta de
la barbaridad que has hecho; te perdono para
que mejores." Pueden ser fines educativos loables, pero en
este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna
condición, al igual que el amor auténtico: "Te perdono porque te quiero -a
pesar de todo."
Puedo perdonar al otro incluso
sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que
le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.
4. Humildad
Hace falta prudencia y
delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es
aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada.
Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún
más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una
acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo
razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la
obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.
Por otro lado, es siempre un
riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede
molestar al agresor en cualquier momento. "Cuando uno perdona, se abandona
al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da
libertad de ofender y herir (de nuevo)"(19).
Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.
Cuando se den las
circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una
conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y
razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los
argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por
captar también las palabras que el otro no
dice. De vez en cuando es necesario "cambiar la silla",
al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.
El perdón es un acto de fuerza
interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No
quiere dominar o humillarle. Para que sea verdadero y "puro", la
víctima debe evitar hasta la menor señal de una "superioridad moral"
que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni
debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que
evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien
demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón.
Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la
represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos,
no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.
Todos necesitamos el perdón,
porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos
cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de
nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios
fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y
no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.
III. Reflexión final
Hemos hablado de una labor
interior auténtica y dura. No podemos negar que la exigencia del perdón llega
en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el
opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y
cree haber obrado correctamente? ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de
su hijo? Podemos perdonar, por lo menos, a una persona que nos ha dejado
completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la
dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era
muy importante? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si
contamos sólo con nuestra propia capacidad. Pero un cristiano cuenta, además,
con la ayuda todopoderosa de Dios. "Con mi Dios, salto los muros,"
canta el salmista. Podemos referir estas palabras a los muros que están en
nuestro corazón. Con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la gracia de
Dios, es posible realizar esta tarea sumamente difícil y liberarnos a nosotros
mismos. Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un gran alivio. Significa
optar por la vida y actuar con creatividad.
Sin embargo, no parece adecuado
dictar comportamientos a las víctimas. Hay que dejar a una persona todo el
tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le acusara de rencorosa o
vengativa, engrandaría su herida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la
Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la
cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un
baño, dormir y hablar con un amigo(20).
En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor.
Antes que nada, debemos tranquilizarnos, aceptar que nos cuesta perdonar, que
necesitamos tiempo. Seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar
mucho. No podemos sorprendernos frente a tales dificultades, tanto si son
propias, como si son ajenas.
Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos
construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad;
podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo.Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras:
"¿Quieres ser feliz un momento? Véngate.
¿Quieres ser feliz siempre? Perdona".
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